Shereen – ex-testigos de Jehová

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.:SHEREEN – Después de un fallido intento de suicidio por causa de las duras palizas que soportaba por parte de sus padres testigos de Jehová, ella encontró ayuda en un experimentado consejero.

Habiendo crecido en el entorno rígido de un hogar abusivo de testigos de Jehová, Shereen nunca experimentó la libertad de crecer como una niña normal en los brazos de padres amorosos. Horas y horas de reuniones y de actividad de puerta en puerta, junto con las golpizas brutales por no llegar a cumplir las más mínimas expectativas de sus padres, dejaron a Shereen sin esperanza de sobrevivir. Después de un intento fallido de suicidio, Shereen finalmente encontró ayuda en las manos de una consejera entrenada. Aún cuando en la actualidad ella se encuentra fuera de la Organización Watchtower, su travesía hacia la sanidad física, emocional y espiritual está todavía lejos de ser completada.

Soy una mujer de 23 años de edad y madre de dos hijos. Crecí como testigo de Jehová: cinco reuniones semanales, estudio bíblico durante el desayuno, estudio bíblico a la hora del té, estudios bíblicos familiares, fines de semana tocando puertas y horas de preparación para las reuniones eran algo normal para mí. El tiempo que invertíamos diariamente “estudiando la Biblia” a través de la literatura de la Organización Watchtower sólo lo puedo comparar con las monjas de un convento.

Mi padre era un “Anciano” lo cual significaba que lo veíamos muy poco, y mucho menos pasábamos tiempo de diversión con él. Venía a casa del trabajo y cenaba con nosotros. Luego desaparecía para irse a su habitación a realizar aún más estudios religiosos y preparaciones para las reuniones que estaría liderando. Él rara vez hacía algo en la casa para mi madre o para nosotros.

Cuando comencé a asistir a la escuela, mis ojos veían a niños felices y amados, con padres felices y amorosos. Era tan diferente a mi vida. Los niños se reían cuando yo hacía mis oraciones. Lloraban y gritaban cuando yo les decía que pronto morirían en el Armagedón porque ellos adoraban a Satanás. (Les causé algunos problemas a mis padres por hablar acerca de esta creencia de los testigos de Jehová en la escuela.) De niña, mis discursos preparados estaban diseñados para simular el tocar las puertas de gente adulta, no las puertas de niños de 5 a 9 años de edad. Algunos de mis profesores me temían porque creían que, tanto yo como mis padres, estábamos “poseídos” por algún tipo de poder maligno. Lentamente, aprendí a ser diferente en la escuela, a ocultar a mi familia y mi estilo de vida, y lentamente, la intimidación de mis compañeros de la escuela disminuyó.

Las niñas me preguntaban si podían “llamarme” y jugar en el parque. Yo sabía que no se me permitiría ir con ellas, pues como niña testigo de Jehová no podía socializar con gente a la que ellos consideraban “mundana.” Así que yo les dije que mi mamá no me permitiría ir con ellas. Algunas de ellas no me creyeron y me acusaron de que lo hacía porque ellas no me agradaban. Aún cuando yo sabía que recibiría el “tratamiento con la cuchara de madera” (una golpiza) por darles mi dirección y permitir que me llamaran, las invité a averiguarlo por sí mismas.  Cuando lo hicieron, mi madre dijo: “¡NO!” y me gritó y me golpeó.

Era difícil tratar de ganar la aceptación de otros niños cuando sólo se me permitía estar con ellos en la escuela. Mis padres estaban en contra de que tuviera amistad con los niños de la escuela y mucho menos con cualquier otra persona. Ellos esperaban que yo utilizara los “recesos” como una oportunidad para predicar las doctrinas de los testigos de Jehová a mis compañeros.  Si nadie me escuchaba, me dijeron que debía sentarme sola para estudiar la literatura de la Watchtower por mí misma.

A los cinco años de edad, aprendí a mentirles a mis padres acerca de mis actividades en la escuela, de manera que estuviera a salvo de recibir más moretones. Una vez les dije que había tomado la mano de un niño en la Asamblea de la Watchtower y que ahora era mi novio. Tuve que pagar por aquella pizca de honestidad.

Desde una edad temprana recuerdo haber tenido un disgusto muy fuerte por mis padres así como una necesidad desesperada de su aceptación y amor. Odiaba mi vida en casa y las interminables horas de estudio.

Cuando yo tenía 14 años de edad, mi padre tuvo una aventura amorosa con otra mujer testigo de Jehová que era casada. Para aquel entonces, mis hermanos mayores se habían ido de la casa. Sabiendo que sus acciones causarían que la excomulgaran de la Organización Watchtower, la mujer que tuvo la aventura con mi padre rápidamente se desasoció por sí misma. Por sus acciones, a mi padre le pidieron que voluntariamente renunciara al cargo de anciano, lo cual hizo con gracia. Mis hermanos no estaban interesados en los horrores de nuestro hogar.

El romance hizo que la violencia y las borracheras frecuentes de mis padres empeoraran. Mi madre actuaba desquiciada y mi padre se pasaba la vida sintiéndose extremadamente mal por sí mismo, todo mientras continuaba estudiando, asistiendo a las reuniones, llamando a las puertas y fingiendo ser el líder de una familia “perfecta” de testigos de Jehová. Yo asumí gran parte del cuidado de mis hermanos menores (el menor tan sólo tenía unos meses de edad) al igual que mucho del trabajo doméstico, además de cocinar e ir a la escuela.

¡Colapsé! Comencé a salir a escondidas a la medianoche, rondando con un grupo de vagabundos (gente de la calle) que fumaba drogas. Estos hombres eran mis “salvadores.” Me trataban como una persona normal. Sabían que mis padres estaban completamente inconscientes de dónde andaba yo; sin embargo, ellos cuidaban de mí y eran muy buenos amigos. Me protegieron de la gente demente a quienes les hubiera encantado una jovencita en mi situación que andaba fuera durante la noche.

Decidí bautizarme como testigo de Jehová por dos razones. En primera, mis padres estuvieron sumamente emocionados cuando mencioné esto y las cosas mejoraron un poco en casa. En segunda, yo sabía que a la vista de mis padres ahora yo sería responsable de mis acciones ante los ancianos en lugar de ellos. Mis dos formas de vida pronto se entrecruzaron. Me fui de la casa y a los 15 años de edad estuve bajo cuidados adoptivos por un tiempo. A esa misma edad fui excomulgada de la Organización Watchtower porque me negué a dejar los cigarrillos y porque había perdido mi virginidad. Mi madre estaba furiosa por esto. Ella intentó su rutina usual: “¡Necesitas una buena paliza, jovencita!” Entonces le recordé que, cuando huí, di aviso a los servicios sociales acerca del “tratamiento con la cuchara de madera” y que si ella me dejaba alguna marca, esa sería la única evidencia necesaria para que los servicios sociales nos sacaran a todos de allí y llevarnos con alguien que no nos golpeara. Ella entonces se negó a prestarme atención y se la pasaba en cama cuando yo estaba en la casa. Tuve 2 o 3 crisis nerviosas, las cuales mi madre fríamente diagnosticó como “estar buscando llamar la atención.” Sentí que ya había tenido suficiente y le rogué a mi papá que me permitiera vivir con mi abuela, que no era testigo de Jehová. Que Dios le dé descanso a su hermosa alma.

A los 15 años de edad conocí a mi ex-esposo (12 años mayor que yo), quedé embarazada casi de inmediato, me casé con él cuando tenía 16 y poco después tuve su bebé. Mis padres amaban a mi ex-esposo porque él había hecho que su “hija caprichosa” se volviera un poco más respetuosa ante los ojos de los testigos de Jehová. Asustada de la vida, volví a la religión. Tuve que pasar un año y medio asistiendo a las reuniones en las cuales nadie me podía tomar en cuenta ni tampoco hablarme. Sentí que estaba siendo nuevamente castigada por todos los errores por los que ya había sido castigada anteriormente. Mi ex-esposo pronto vio las cosas buenas de la religión y comenzó a utilizarlas para controlarme más. Le encantaba cómo las mujeres eran vistas como inferiores a los hombres y cómo a ellas se les mandaba que fueran “sumisas” a sus maridos y padres, y que hicieran todo lo que ellos les dijeran, mientras no rompiera las reglas de los testigos de Jehová. Cuando les mostré a mis padres los moretones que él me había hecho, me dijeron que era mi culpa y que sólo se consideraba violencia doméstica cuando los moretones estaban en lugares que sólo le puedes mostrar a tu madre. A los 18 años ya no aguantaba más. No veía una salida e intenté suicidarme, lo cual fue extremadamente egoísta, ya que yo tenía un hijito que hubiera sido dejado a los “tiburones.”

Afortunadamente, tuve algo de sensatez y le hablé a mi padre acerca de mi intento de suicidio y él me llevó al hospital. Gracias a esa visita al hospital, fui asignada a una consejera brillante.  Ella me mostró el mundo fuera de mi “infierno” y me explicó cómo llegar allí. Gracias a las sugerencias de mi consejera, encontré un buen abogado, y mi ex-esposo recibió lo justo en la corte. La corte me garantizó una “orden judicial” y también una “orden de pasos prohibidos” para proteger también a nuestro hijo de su violencia. Yo misma me desasocié de los testigos de Jehová ya que ellos estaban en contra de todas las acciones que yo tomé para protegerme a mí misma y a mi hijo de ese hombre violento. En lugar de eso, lo apoyaron a él, y lo mismo hicieron mis padres.

A los 19 años conocí a mi pareja con la que ya llevo 4 años. Él era y aún es muy bueno con mi hijo pequeño. Él no dio por hecho que las mujeres fueran inferiores a él. Permaneció allí a pesar de mi falta de confianza y me dio control total sobre nuestra relación. El año pasado di a luz a su primer hijo. Desgraciadamente, llegaron tiempos malos. Un par de semanas después de su nacimiento, una noche volví a tener algo que inmediatamente pensé que era una pesadilla infantil. Al día siguiente narré este recuerdo a mi pareja y a un amigo. El relato es el siguiente: “Antes de tener edad escolar, solía tener este tipo de pesadillas. Unas manos frías me tocaban y me acariciaban. Luego me despertaba para encontrarme con mi edredón (mi cobija) sobre mi cabeza, y alguien me aplastaba, luego no me aplastaba, luego me aplastaba nuevamente, una y otra vez. No podía respirar, así que giraba mi rostro hacia el lado donde podía ver mi ropero y escritorio meciéndose de aquí para allá, de allá para acá. Tan pronto como podía, gritaba llamando a mi mamita. Cuando ella finalmente llegaba me decía que todo había sido un sueño, porque yo estaba acalorada y sudorosa, y que los muebles moviéndose eran el efecto de una fiebre. ¿Les ha sucedido a ustedes algo parecido?”

La respuesta de ellos fue “no,” y no pudieron ocultar el impacto en sus rostros. Ellos me aconsejaron llamar a mi madre y preguntarle. Me sentí enferma pero había una gran necesidad en mí por saber la verdad. La llamé inmediatamente. Le repetí la historia que narré hace un momento y le pregunté qué fue lo que causó que sucediera esto nuevamente. Ella respondió de manera tranquila: “Sí Shereen, eso sucedió, aunque fueron las drogas.” Yo había leído mi historial, así que le pregunté qué drogas me estaba dando cuando yo tenía 3 años de edad. Entonces ella dijo que fue un demonio abusando de mí. Yo le dije que de ningún modo fue así, ya que ella había sido entrenada, como testigo de Jehová, a detener los ataques demoníacos, pero no había funcionado con este. Después de más negativas de su parte y más exigencias de la mía, supe quién había sido. Ella entonces me pasó a mi padre y le tuve que repetir todo nuevamente. Cuando terminé, él me preguntó en qué habitación había sucedido esto. Yo le dije que había sido en la habitación que yo compartía con mi hermana. Él se rió. Finalmente colgué el teléfono y vomité. Más tarde ese mismo día, mi madre dejó un mensaje de voz diciéndome que por haber acusado a mi padre, yo ya no era más su hija. Cuando le pregunté si ella pensaba que él hubiera podido ser capaz, ella replicó: “Él era el único hombre adulto en la casa, ¿no es así?”

Unos días después llamé por teléfono a mi tía quien no sabía nada acerca del abuso, pero me dijo que ella siempre había sentido un mal ambiente en mi hogar. También llamé a mi hermana, 6 años mayor que yo, pues nosotras habíamos compartido una recamara. Me dijo que podía recordar algo acerca de un demonio y que me creía cuando le conté la historia, pero como tenía el sueño pesado, no hubiera podido saber qué sucedió. En realidad, ella tenía el sueño ligero y se quejaba mucho cuando mis movimientos no le permitían dormir, pero, ¿de algún modo ella dormía mientras yo atravesaba por aquellas horrorosas experiencias? ¡Creo que no! Realmente me conmocionó reconocer el abuso, pero le hablé de esto a mi doctor, y él me guió en la dirección correcta, para recibir terapia y para hacer mi denuncia a la policía.

Había vivido hasta este punto sin percatarme del abuso, pero cuando recordé esto, parecía ser la pieza final de un rompecabezas. Finalmente tuve las respuestas para muchas cosas que no entendía acerca de mí misma. Finalmente supe por qué únicamente podía dormir si es que estaba bien apretujada con el edredón, envuelta como una bola; supe por qué no podía tener ninguna parte de mí fuera del edredón o cerca del borde de la cama. Comprendo mi profundo y arraigado temor y odio hacia los hombres adultos. Comprendo mi obsesión por la higiene corporal.

Finalmente sé por qué no puedo relajarme con mi pareja a menos que me tome uno o dos tragos.  Sé por qué nunca tiendo afuera la ropa interior de mis hijos o la mía, y la escondo de los amigos que vienen a visitarnos. Sé por qué soy tan protectora de mis hijos, especialmente al momento del baño y al acostarlos. Sé por qué no puedo abrazar a mi hijo de 6 años en la cama sin tener el edredón de por medio. Sé por qué le grité a un amigo de mucha confianza por entrar a la habitación de mi hijo cuando se encontraba llorando sin estar yo presente. Sé por qué durante los primeros 6 a 9 meses de mi relación con Graeme, le prohibí totalmente entrar al baño cuando mi hijo de 2 años estuviera allí, o que entrara en su habitación sin mí o que le cambiara el pañal. De un modo extraño, el recordar esto me ha ayudado a aceptarme a mí misma como una persona normal. Esto me ha aliviado de la interminable presión que se sentía como plomo detrás de la parte baja de mi tórax. Me ha aliviado del sentimiento de culpabilidad que tenía por odiar a mis padres. Me ha ayudado a salir adelante.

Obviamente, no me he librado totalmente de los problemas que acarreo al recordar este tipo de cosas, pero el sentimiento de auto culpabilidad y el odio han disminuido. El grito en mi mente, que temía que me volviese loca si no me causaba daño a mí misma para aliviarlo, se ha silenciado completamente. Ha transcurrido todo un año sin escuchar ese grito, el grito de niña en mi interior, ahora la capacidad de hacerme daño a mí misma está bajo mi control y no a la inversa. Ya no ha sucedido por al menos un año.

Sigo esperando que la policía me diga si encontraron suficiente evidencia para llevar a mis padres a la corte. Ellos todavía tienen un niño de 8 años de edad con quién desahogarse. Se me hace difícil creer que alguna religión pueda tener tanto poder sobre una persona; que puedan decirle a sus miembros que rechacen a su propia carne y sangre sólo porque uno ya no desea ser parte de ellos; que puedan pedirle a niños de tan sólo 9 años de edad, conforme a mi experiencia, que se comprometan en una decisión de por vida para seguir sus reglas y estilo de vida, lo cual, en mi opinión, es una decisión que debe tomar un adulto. Ninguna persona en su sano juicio podría pedirle a un niño de 9 años que firme un contrato para comprometerse con una carrera o sociedad de por vida. Sin embargo, según los testigos de Jehová, un niño de 9 años puede comprender totalmente las consecuencias de romper ese contrato: perder la comunicación, el amor y la aceptación de su familia.

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